DE “LA CAIDA DEL IMPERIO ROMANO” A “GLADIATOR”

DE “LA CAIDA DEL IMPERIO ROMANO” A “GLADIATOR”
-1) “THE FALL OF THE ROMAN EMPIRE” (“LA CAIDA DEL IMPERIO ROMANO”), DE ANTHONY MANN (1963) -
2) -“GLADIATOR” (“GLADIATOR”), DE RIDLEY SCOTT (2000) –
O
- LA HISTORIA DEL EMPERADOR CÓMODO EN EL CINE-

La idea de este escrito surgió en una cena a partir de una conversación entre hermanos y amigos sobre los títulos arriba mencionados y cual es mejor, el antiguo o el moderno (ahora quizás ya no tan moderno). La misma historia filmada en 1963 y en el 2000. Se trata de dos “péplum” o sea de dos películas de “romanos”, aunque posteriormente la denominación se extendió a toda película (seguramente sea la comodidad y el archivo los elemento más importante para esta designación) sobre la Antigüedad, trate de romanos, griegos, egipcios, babilonios, israelitas, hititas, asirios, galos, hispanos, germánicos, británicos, etc. (incluso he oído denominar “péplum” a un film como “Las Cruzadas”, el cual acontece en la Edad Media).
Centrándonos en el cine actual podríamos decir que gran parte de él es impersonal. Los realizadores, hablando en términos generales, no tienen estilo propio, son amanuenses al servicio del productor (en muchas ocasiones el cine es un negocio más y nada saben de “arte” y lo que esta palabra significa, o sea, son comerciantes) y rodarán con más o menos eficacia lo deseado por quien pone el dinero. En el campo técnico los directores de cine adoptarán los vicios de una forma que ha desembocado en un círculo degenerativo o callejón sin salida (muy difícil de evadirse de él) aparte de adaptar/adoptar las costumbres/estilizaciones propias del lenguaje televisivo. Así, el resultado de todo ello será los planos atropellados, gratuidad en abundancia, escenas prescindibles, a veces exceso de montaje entrecortado, uso abusivo del zoom, del gran angular, del “ojo de pez” e incluso de los picados, contrapicados y planos cenitales (elementos usados en contadas ocasiones y con “sabiduría cinematográfica” por los llamados “clásicos”, tanto primeras figuras como por los “artesanos”), la búsqueda de la acción continua y espectacularidad, violencia también gratuita, exacerbación del sexo, la falta de reflexión, la poca imaginación de unos guiones (muchas veces beben en las fuentes del cine antiguo y otras son pálidos “remakes” sin otra intención que la de ganar dinero). Es, hablando en general, repito, un cine sin carne, sin sangre, sin alma y con una apabullante, defectuosa e inadecuada semántica cinematográfica la cual a muchos nos importa y a otros el lenguaje del cine les trae sin cuidado, se tragan todo con tal que responda a sus gustos, para ellos el cine es diversión y su función es la de un pasatiempo. Resultado: por más que algunas películas americanas, sobretodo, tengan éxito en taquilla (debidamente “preparadas”) y haya algún acierto artístico, existe desde hace tiempo una gran deserción de las salas cinematográficas.
También existe el hecho de discutir, en el buen sentido de la palabra, de hacer propaganda, de fomentar también un cine con intenciones “políticas” (en España sabemos de esto, especialmente en los últimos años con subvenciones y prebendas al grupito repartidor del pastel mientras otros circulaban por la triste senda del paro o de buscar otros campos fuera del cine). De ello --- pocas veces se ha sacado el tema a colación --- la historia nos demuestra que las obras maestras quedan para siempre, al igual que las sobresalientes o notables, incluso las aprobadas pero las malas desaparecían mientras que ahora se discute y protege a films intragables a los cuales se les intenta hacer perdurar, aquí, p. e. se esfuerza en colocar dentro del acervo cultural --- popular y/o elitista, da igual --- al cine de Almodóvar o Amenábar y, en menor grado quizás, el de Santiago Segura.
No es este el caso de Ridley Scott, su “Gladiator” pese a los momentos que cede a estos defectos del cine actual tienen otros bastante conseguidos.

I)- SOBRE ANTHONY MANN
La carrera de Mann sigue una progresión clara hacia la pureza y la simplificación” (Jeanine Basinger)
Emil Anton Bundmann (1906- 1967), conocido cinematográficamente como Anthony Mann, era hijo de emigrantes alemanes de origen judío, profesores de filosofía. Mostraba ya de pequeño aptitudes y vocación para el teatro. La familia de Anthony Mann residía finalmente en Nueva York y cuando falleció su padre coincidió con la entrada en el medio que tanto le gustaba, después de algún trabajo temporal, desempeñando todas las tareas propias del teatro: diseñador en decoración, director de escenas, ayudante de producción, actor, etc. Más adelante descubrió que su vocación principal era dirigir. Ya hablamos (en el ciclo de Westerns de Anthony Mann con James Stewart) de su entrada en el cine de la mano de David O’Selznick como ayudante de cámara, montaje y “cazatalentos” hasta la disolución de Selznick International Pictures en 1941para un año después dirigir sus dos primeros films: “Dr. Broadway” (Paramount) y “Moonlight in Havana” (Universal). Su debut, “Dr. Broadway”, un serie “B” como todos los de su década inicial (42-49) lo acabó como pudo (en escenarios naturales o de otros platós), reduciendo el rodaje más de lo previsto --- algo terrible para un director sin experiencia --- y bajo la amenaza que su plató debía ser utilizado por el ya consagrado Cecil B. DeMille  a la mañana siguiente.
Desde sus inicios hasta 1949 (siete años) realizó una veintena de películas de serie B, lo cual resultó muy provechoso para su aprendizaje --- algunas en deplorables condiciones según declaró --- tocando el musical y, sobretodo, el cine negro en el cual nos dio una serie de obras, olvidadas durante tiempo, las cuales han conocido la resurrección gracias a la reivindicación del director y al invento del Vídeo y del DVD. Mann dio en la década de los 50 una serie de magistrales westerns debidos a su tenacidad y estilo propio y por ello fue reconocido, aunque tarde, como creador a pesar que su primer western, “La puerta del diablo” (1950), con Robert Taylor, no obtuviera una buena respuesta en taquilla. En total once westerns de los cuales cinco fueron protagonizados por James Stewart.
Hablamos ya de su estilo nítido y pragmático sin aditivos, barroquismos ni artificios inútiles, no a lo superfluo, si a la cuidada composición del plano, presente ya en su etapa de aprendizaje (aunque no desarrollada en su totalidad y no por falta de ganas) donde brotaba una planificación original y conseguida (en ocasiones, especialmente durante las escenas de acción) coexistiendo con un resto en el cual había secuencias rutinarias y propias del cine B. El cambio (lógico) evolutivo de la cinematografía (blanco/negro- color, sistemas de filmación, p. e.) no modificó el método de rodaje y el estilo de Mann. Para Mann lo más importante son las imágenes, dando siempre gran preponderancia al movimiento, la colocación de la cámara y el montaje para exponer la mayor oferta del contenido planificativo en función del significado sobre la historia a narrar mientras los diálogos, sin negar su valor, tenían una función complementaria dentro del haz de estos elementos citados. Así, la semántica en el cine de Mann se produce por la contención a través de la composición. Al empezar en la serie B se preocupó siempre de reforzar la historia llevada entre manos mediante la profundidad y elegir una narrativa más sencilla, trabajando siempre en los guiones (muchos de los de serie B eran infumables, teniendo que cargar además con actores que “recitaban” a duras penas sus diálogos) para resultar, a través de la cámara, un relato fílmico más sencillamente asequible al espectador. Este procedimiento --- transmutado  en gran valor cinematográfico --- le acompañó durante toda su vida profesional, incluso ya reconocido como gran realizador con más libertad de acción sobre guiones, actores y rodaje.
Siguiendo a Jeanine Basinger (1) veremos como la carrera profesional de Mann se divide en cuatro partes: I)  Inicios, II) Cine Negro, III) Westerns y IV) Épico. En los puntos I y II anuncia lo que vendrá a continuación: sus grandes obras y su reconocimiento como uno de los grandes --- recordemos que entre sus magníficos westerns tiene una película bélica, sobre la guerra de Corea, “Men in War” (“Los diablos de la colina de acero”, 1957), para mí de lo mejor del género que, lejos de ser una más de héroes victoriosos, es una reflexión sobre la supervivencia y lo absurdo de la guerra --- y el IV, épica, para muchos es el de la decadencia pero en absoluto sobre sus cualidades de realizador. Al fallar algún film en taquilla y tras la frustración de “Espartaco” (1960) viajó a España (recordemos que de 1958 a 1963 estuvo casado con Sara Montiel) para rodar dos películas para el productor independiente Samuel Bronston (Moldavia, 1909- 1990): “El Cid” (“El Cid”, 1961) y “The Fall of the Roman Empire” (“La caída del Imperio Romano”, 1963).

-PUNTO Y APARTE PRIMERO CON SAMUEL BRONSTON- Había nacido en Moldavia, trabajó en la M. G. M. y Columbia para crear en 1943 su propia productora “Samuel Bronston Productions” y establecerse, más adelante, en España. Aprovechó los bajos costes de producción del momento y la relación dólar- peseta además del buen clima y paisaje variado con pocos gastos de desplazamientos (en 1959 había adquirido los estudios Chamartín). Recibió siempre ayuda de las autoridades española y se propuso hacer un tipo de films solemnes, espectaculares y de larga duración (los kolosal) pero desgraciadamente se acabó con el gran fracaso económico de “La caída del Imperio Romano” aunque realizó una producción más: “El fabuloso mundo del circo” (1964) cuya realización confió a Henry Hathaway.
Bronston siempre fue acusado de interferir en los rodajes además de enfrentarse a los realizadores por él asignados a quienes intentaba imponer  sus ideas megalómanas. Se señaló como responsable de la retirada del gran director Nicholas Ray (“Johnny Guitar”, “Rebelde sin causa”) de su vida profesional, de no pagarle lo pactado (esto nunca se demostró), especialmente en su último film para él (2). Con sus defectos las películas producidas por Bronston siempre han tenido interés cinematográfico gracias a los realizadores y actores viajantes desde Estados Unidos (muchos técnicos eran españoles). Hace años revisé “El Cid” y considero que su puesta en escena está entre lo mejor de Mann y hace poco vi “El fabuloso mundo del circo”, donde la realización de Hathaway es  notable y la historia se sigue con interés. “La caída del Imperio Romano” no está tan redondamente conjuntada como “El Cid” pero contiene momentos antológicos. Sin embargo los fallos del guión demasiado alargado (especialmente en la mitad de la cinta) la hacen irregular aunque su valoración ha subido en mucho con el paso del tiempo. El error más grande, repito, no se refiere a la artística cinematográfica sino a la industria fílmica: fracasó en taquilla, cosa bastante difícil de dilucidar, y ni siquiera cubrió gastos en el principio.

PUNTO Y APARTE SEGUNDO: “LA CAÍDA DEL IMPERIO ROMANO”- Totalmente de acuerdo con Barahona (3) y Comas (4) en que el film tiene valores y también defectos y de la misma forma que “Cleopatra” (1963), de Joseph L. Mankievicz recibió tal batacazo en taquilla que arruinó a la 20th Fox (después se recuperó lentamente), “La caída del Imperio Romano” hundió a la empresa Bronston aunque realizara una película más, “El fabuloso mundo del circo”. Es posible que el público se hubiese cansado de cintas de “romanos”, la publicidad fue buena y sin embargo… Recordemos que su guión es bastante irregular con altibajos en sus 180 minutos de duración. Solo cuando estuvo bajo contrato en Bronston --- el díptico “El Cid” y La caída del Imperio Romano” --- no pudo Anthony Mann acceder a los libretos y compenetrarse con los guionistas. La idea de “La caída del Imperio Romano” procedía del propio Mann al ver en una biblioteca un libro del reputado historiador británico Edward Gibbon (1737- 1794), autor de los seis volúmenes de “The History of the Declive and Fall of the Roman Empire”. En realidad con el reinado de Cómodo (180- 192) no cayó el Imperio (duró aún casi doscientos años más) pero si es el inicio de la decadencia como lo fue para Samuel Bronston y su empresa. El guión fue redactado por el “blacklisted” (estaba en las “listas negras” del senador Joseph McCarthy) Philip Yordan junto con Ben Barzman y Basilio Franchina. Yordan se había encontrado ya con Antonhy Mann, junto con otros cinco guionistas, en el anterior Bronston (“El Cid”), en “The Last Frontier”, “El hombre de Laramie” (westerns) , “La colina de los diablos de acero” (bélica) y “God’s Little Acre” (drama, 1957). Fue un excelente libretitsta aunque no se sepa con exactitud el grado de interferencia de Bronston en la película. También se señala la fotografía de Robert Krasker y John Moore como voluntariamente sombría en algunos momentos, especialmente en las secuencias de Germania (las escenas nocturnas son ya “tenebrosas”) mientras la música de Dimitri Tiomkin es similar a una marcha fúnebre. No se sabe el grado de intervención de Samuel Bronston en los elementos del film pero en verdad acertó en la conjunción final en algunos puntos y en otros falló. El elenco interpretativo es elevado aunque no pudieron contar con Charlton Heston como el ficticio general Livio. Algunas crónicas aseguran que el actor no deseaba ser identificado --- excelente en “El Cid” --- como protagonista en films de “romanos” y otras de no tener buena relación `profesional con Sophia Loren (doña Jimena de Gormaz en “El Cid”, Lucilla en “La caída del Imperio Romano”). Stephen Boyd, el Mesala de “Ben- Hur”, substituyó a Heston sin la química necesaria. Actor eficiente para algunos prototipos pero inadecuado para el film en cuestión, aparte de muchas escenas donde faltaba su presencia. El resto del reparto brilla a la altura deseada: James Mason como Timónides con sus inolvidables frases filosóficas recitativas las cuales rivalizan con las del emperador Marco- Aurelio (magnífico Alec Guinness), padre de Cómodo, interpretado con soltura por Christopher Plummer

“Una gran civilización no es conquistada hasta que no se ha destruido ella misma por dentro”. Esta frase del historiador Will Durant, asesor técnico del film (el mismo cargo desempeñado, al menos en teoría, por el egregio don José María Pemán en  “El Cid”), puede servir para dilucidar lo que Bronston y su equipo ofrecen en la película: el fin, o principio de la decadencia, de la supremacía y civilización romana a partir del terrible y sangriento reinado de Lucio Aurelio Cómodo Antonino (180-192). De ahí la función simbólica de la música y fotografía viradas en una tonalidad lúgubre y triste, recordando que la lectura del film no se circunscribe solamente al Imperio Romano, está vigente y más que nunca hoy en día.
Hay diferencias notables entre realidad histórica y films sobre Cómodo, es normal en cine. Tanto en “La caída del Imperio Romano” como en “Gladiator”, además de “Una Spada per l’Impero” (“Una espada para el imperio”, 1965), de Sergio Greco e “Il Due Gladiatore” (“Los dos gladiadores”, 1964), de Mario Caiano, ambos péplums italianos de no muy alto presupuesto (a principios de los 60 se filmaron, especialmente en Italia, los llamados “Péplum” o cine de aventuras en la Antigüedad con sus personajes históricos o mitológicos). Coinciden los cuatro en la muerte de Cómodo (31-diciembre-192 d. C.) en espectacular lucha con el héroe cuando en realidad fue víctima de una conspiración de los senadores, cansados de ver sus filas diezmadas por proscripciones y ejecuciones: sobrevivió por vómito al veneno administrado por su novia Marcia (novia de turno, porqué en su total degradación tenías amantes de ambos sexos) para ser luego estrangulado en el baño por el atleta Narciso. Otra diferencia importante es la muerte de su antecesor y padre Marco- Aurelio: en “La caída del Imperio Romano” el emperador- filósofo muere envenenado por unos conspiradores ajenos a Cómodo pero que le benefician en sus aspiraciones --- una manzana mondada con la hoja de un cuchillo emponzoñada en una cara y ofrecida por el ciego Cleandro (Mel Ferrer) --- mientras en “Gladiator” es asesinado por su propio hijo (en las otras dos no aparece Marco- Aurelio). Cómodo tenía rasgos propios de Calígula y de Nerón, su gobierno prometía en un principio como el de los dos citados para luego convertirse en un caos: ruina económica del estado a causa de la mala administración, la corrupción, el rechazo a la sabia política de su padre, caprichos, actos absurdos, proscripciones (una insinuación, una mirada podían significar pena de muerte)… Al igual que los dos mentados se le atribuye una megalomanía y una enajenación progresiva fatal para la marcha del Imperio, para muchos y para él mismo. Si Nerón gustaba exhibirse como Píndaro,  recitador lírico, Cómodo lo hacía como Hércules mostrando su fuerza física y combatiendo en el circo con gladiadores y animales salvajes (según las crónicas, “debidamente drogados”). Hemos de coincidir con el historiador Carl Grimberg: “Ninguno de los monstruos con figura humana ocupantes del trono de Roma alcanzó larga vida y todos tuvieron una muerte violenta”: Cómodo tenía 31 años al ser asesinado, los mismos que su funesto modelo, Nerón, al suicidarse, mientras Calígula llegó a los 29, Caracalla no había cumplido los 30 y el desdichado Heliogábalo contaba con 19 años.
Anthony Mann filma con buen pulso narrativo las escenas íntimas aunque demasiado largas y lentas y no por culpa del realizador, usa significativamente los elementos atmosféricos como la lluvia, la nieve, la niebla, la especificación nocturna (factores poco vistos/usados en el “péplum”) como signos de decadencia, de paz o tranquilidad momentáneas, etc., el señalar al hombre honesto que cumple con su deber (Livio) renunciando al trono asignado por Marco Aurelio el cual había reconocido los excesos y la incipiente crueldad de su hijo y no le quería como sucesor. Hay escenas antológicas como el entierro de Marco- Aurelio, momento en el cual Livio le entrega la antorcha (= la jefatura del Imperio) para iniciar la incineración del difunto, evitando una guerra civil y recuperando (momentáneamente) la amistad de Cómodo. La progresiva decadencia y corrupción de Cómodo, la manipulación del tesoro público por parte del emperador para asegurarse riquezas, la carestía del pueblo llano en paralelo, el combate final en el circo y, sobretodo, aquella carrera de cuadrigas compitiendo Livio y Cómodo que en nada envidia a la más famosa de Ben- Hur (en un terreno regular, el circo, mientras que en “La caída del Imperio Romano” es en el bosque bordeado de precipicios, ríos y subidas/bajadas en colinas) pero, al fin y al cabo, estas magníficas escenas de carreras en ambos films están realizadas por el director de 2ª unidad y especialista Yakima Canutt, así como algunos momentos sueltos filmada por Andrew Marton (sin acreditar) en ausencia de Mann… La secuencia final, cogida por los pelos, debe colocarse en el debe del guión: Livio, después de matar a Cómodo, llega justo a tiempo de salvar a su prometida Lucilla, hermana del emperador, de la inmensa pira donde la había condenado Cómodo mientras los bárbaros prisioneros mueren abrasados en el fuego maldiciendo a Roma; se oyen voces de los senadores y pretorianos subastando la jefatura del Imperio rechazada por Livio. En la realidad fue nombrado emperador el que había sido cónsul y gobernador Publio Helvio Pertinax cuyo reinado duró 86 días ---apuñalado el 28 de marzo del 193 --- y fue sucedido por el banquero Didio Juliano, emperador del 28 de marzo al 1 de junio del 193 (ahora sí, el Imperio fue ofrecido en subasta), siendo substituido por Cayo Prescenio Niger, gobernador de provincias y militar (mediados de abril del 193 a marzo del 194), al igual que Clodio Albino (se proclamó emperador en otoño del 196 y cayó en combate contra el general Septimio Severo el 19 de febrero del 197). Por fin Septimio Severo (padre del también futuro emperador Caracalla, de características parecidas a Cómodo) dio, aunque en tiempo de decadencia, un gobierno de relativa estabilidad. Estos fueron los sucesores de Cómodo, implicados en la Guerra Civil del llamado tiempo “De los cinco emperadores”, cuyas consecuencias fueron lamentables para el futuro de Roma, una crisis más fuerte que la acaecida tras la muerte de Nerón, sucedida más de un siglo antes (muerte en el 68, Guerra Civil en el 69, llamado “Año de los cuatro emperadores”).
A veces una situación histórica, un rumor cierto o falso puede ofrecer nuevas posibilidades para el cine. La historia nos habla de la convicción de algunos en creer que Cómodo no era hijo de Marco- Aurelio sino de un feroz gladiador, cosa solamente sabida por la ya difunta esposa de Marco Aurelio, Faustina la Menor, hija a su vez del emperador Antonino Pío el cual era el padre adoptivo de Marco- Aurelio. En cambio en el film de Mann se descubre que si era verdad… “Un hombre no puede luchar con su hijo” dice el gladiador Verulus (Anthony Quayle), uno de los preferidos de Cómodo, cuando Livio le dice que se una a él en la lucha contra el déspota. Cómodo había nacido con un hermano gemelo que falleció a los tres años de edad: en “Los dos gladiadores” este hermano no murió sino que será quien encabece la oposición contra el tirano y en el mismo film, Cómodo (Mimmo Palmer), entrega al prefecto Cleandro al pueblo como cabeza de turco para ser linchado, acusándole de todos los males del gobierno. En “Una espada para el Imperio” los bárbaros pisan ya territorio italiano, cosa totalmente falsa, en realidad aquí toda relación del guión con la realidad es pura coincidencia, p. e. Cómodo (Enzo Tarascio) desea encarcelar al papa Sixto cuando no existió ningún pontífice de este nombre bajo su reinado (durante el gobierno de Cómodo los pontífices fueron Eleuterio, 175- 189 --- el 175 es dudoso como año de elección --- y Víctor I, 189- 199, cuando nació y creció el cisma gnóstico), hubo algunos  breves conatos de persecución aún vigente desde tiempos de Marco- Aurelio pero el tirano no se ensañó particularmente con los cristianos, además la denominación de “Papa” empezó a usarse en tiempos de Gregorio VII (1073- 1085); Sixto I pontificó (con dudas en las fechas exactas) del 115 al 125 y Sixto II del 257 al 258 en la persecución del emperador Valeriano (5) en la cual el pontífice fue decapitado en un cementerio (hubo cinco papas con el nombre de Sixto pero ninguno coincidió con Cómodo)…

II) UN RÁPIDO EPÍLOGO: RIDLEY SCOTT Y “GLADIATOR”  
Ridley Scott (nacido en South Shields, Gran Bretaña, 1937) me parece un director desigual e irregular en su filmografía pero uno de los más conocidos e interesantes en la actualidad (nominado tres veces al Oscar a la mejor dirección). Cae a veces en los errores de muchos de sus colegas pero cuando está inspirado nos da momentos excelentes y ello se da parcialmente en algunos films o totalmente en dos obras absolutamente redondas en el género de la Ciencia- Ficción: “Alien” (“Alien, el octavo pasajero”, 1979) y “Blade Runner” (“Blade Runner”, 1982), según la novela de Phil K. Dick escrita en 1968: “Do Androids Dream of Electric Sheeps”? (“¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?”) y cuando no lo está cae en el tedio, en el alargamiento de escenas o en subrayados inútiles. Un claro ejemplo es “Legend” (1985), una cinta de fantasía totalmente resentida en su puesta en escena y que, además, fue un sonoro fracaso en taquilla compensado por “Thelma and Louise” (“Thelma y Luisa”, 1991), una “road movie” protagonizada por dos mujeres, donde el film recibió un Oscar por el mejor guión y primera nominación de Oscar para Scott (a pesar de todo es un film bastante sobrealabado). Los méritos de Scott son el logro estético de muchos planos, las atmósferas recargadas y su ejecución sonora y visual, elementos que domina a la perfección (de joven ya era un gran aficionado a la pintura, el dibujo y la fotografía). Después de adquirir experiencia con muchos cortos acertó en su “ópera prima”, “The Duelist” (“Los duelistas”, 1977), premiada en Cannes por su brillante iluminación y fotografía y a continuación vendría el gran acierto de “Alien”, donde, junto con sus cualidades, dosifica certeramente el suspense (el ataque imprevisto de aquel ser del espacio a los tripulantes de la nave, algo parecido con el “Tiburón” de Steven Spielberg).

En “Gladiator” se repite la historia de “La caída del Imperio Romano”, podríamos decir que es un remake: después de fallecer Marco- Aurelio (180 d. C.) el general romano Máximo Décimo Meridio (correcto Russell Crowe) pasará a esclavo y gladiador a causa de la persecución de Cómodo (excelente Joaquin Phoenix) ya que el anterior emperador (Richard Harris) no ha dado el poder a su hijo sino a Máximo al que quiere como a tal (en realidad sabemos que Marco Aurelio si quería a su hijo y le dio la jefatura del Imperio, cometiendo así el mayor error de su vida). Cómodo le perseguirá encarnizadamente, asesinará a su esposa e hijo y desea matarle a toda costa. Máximo, enamorado de Lucilla (en ambos films), hermana de Cómodo encabezará la rebelión… Al igual que en “La caída…” el guión hace aguas… La parte íntima está muy bien resuelta con fuelle claramente shakesperiano: envidias, celos, odios; sentimientos de maldad y bondad son el engranaje que mueve la máquina narrativa la cual es motor de la historia. En la parte épica hay de todo: planos demasiado rápidos, los soldados que marchan a un lado y luego está en el otro, hace saltar la cámara sobre su eje repetidas veces consiguiendo el aturdimiento del espectador, imágenes bellas y bien conseguidas que dejan de serlo a base de repetirlas innecesariamente (la escena inicial, p. e. de la mano en el trigo), el ralentí usado como efectismo que prolonga inadecuadamente los “tempo” mientras en plena batalla vemos el orden de combate de las legiones más conseguido que en “La caída…” donde las luchas eran un desconcierto. Con el ordenador ahora es más fácil conseguir una Roma o un Coliseo bajo el lema de la perfección técnica pero también es más impersonal y aséptico… Prefiero los escenarios reales y el entrañable cartón- piedra bien elaborado, no las chapuzas, de antaño. El alargamiento de unos planos y la gratuidad restan puntos a “Gladiator” (en “La caída del Imperio Romano” recuerdo una toma totalmente innecesaria: Marco y Lucilla entran en un templo en plano cenital, o sea perpendicular, filmado desde el techo, algo impensable en un realizador como Mann por lo que pienso en una imposición más del productor).
El film de Anthony Mann costó 20 millones de dólares y constituyó un gran fracaso que provocó “La caída del Imperio Bronston”, “Gladiator” arrasó taquillas, ganó algún Oscar y rehabilitó a Scott después de una temporada de resultados mediocres hablando cinematográficamente. Hay aspectos positivos pero después de analizar los dos films yo me inclino por “La caída del Imperio Romano”…

Narcís Ribot Trafí

1)-“Anthony Mann”, de Jeanine Basinger. Twayne, 1979. Edición española a cargo de la    Filmoteca Española y el Festival de San Sebastián (2004).
2) - Nicholas Ray también tiene un díptico filmado en España: “King of Kings” (“Rey de reyes”, 1961)  y “55 Days at Peking” (“55 días en Pekín”, 1963). “Rey de Reyes” es una muy valiosa versión de la vida de Jesucristo (guión de Philip Yordan). El actor Jeffrey Hunter interpretó a un Jesucristo con ojos azules (fue recomendado por John Ford). Hay una cinta muda del mismo título en 1927, filmada por Cecil B. DeMille. En “55 días en Pekín” estalló la crisis entre el productor y el realizador.
3) - “Anthony Mann”, de Fernando Alonso Barahona. Film Ideal, Barcelona (1997).
4) - “Anthony Mann”, de Ángel Comas. T & B Editores (Colección “Lo esencial de…”), Madrid (2004).
(5)- “La antigua Roma en el cine”, de Juan J. Alonso, Jorge Alonso y Enrique A. Mastache. T & B Editores, Madrid (2008).
Es un libro muy interesante  donde en un capítulo se nos explican las diferencias entre historia y los films “La caída del Imperio Romano” y “Gladiator”. Es un completísimo estudio. Los autores eruditos, profesores y grandes aficionados al cine editaron también “La Edad Media en el cine” (2007) y “El Antiguo Egipto en el cine” (2010). Fácil adivinar cuál sería el próximo volumen a publicar. Ha salido hace poco: “La Antigua Grecia en el cine” (2013). Sencillamente, todos son de lectura indispensable…