TATA MIA (1986)


TATA MIA. Año 1986. País: España. Director. José Luis Borau. Actores: Imperio Argentina, Carmen Maura, Alfredo Landa, Xabier Elorriaga, Miguel Rellán, Marisa Paredes, Julieta Serrano, Emma Suárez, Paloma Gómez, Alicia Moro, Enriqueta Carballeira, Félix Dafauce. Guión: José Luis Borau. Músic: Jacobo Durán-Loriga. Fotografía: Teo Escamilla. El Imán / Isusi Producciones. Duración: 106 minutos. Drama.

José Luis Borau fue una de las grandes promesas del cine patrio. Su modesto debut en Brandy (1964), Hay que matar a B (1973) y sobretodo su Furtivos (1975) que dio la campanada. Guionista en la espléndida Mi querida señorita (1972), una de las mejores películas españolas de todos los tiempos, pero tras su triunfo su obra posterior perdió fuelle.
La Sabina (1979) no es demasiado interesante y Río Abajo (1984), rodada en la frontera mexicana estadounidense un desastre. Son títulos agradables pero carecen de la fuerza de Furtivos.
El cine español pasó de la dictadura del general Franco, con su política proteccionista, a una caótica transición, y se estabilizó con una democracia caciquil a base de parásitos de toda índole. Nuestra cinematografía, desde el triunfo de Felipe González en 1982, se convirtió en un feudo de caciques que repartían dinero público entre sus amistades financiando un cine que no tenía éxito, que no gustaba a nadie y que en la mayoría de los casos ni siquiera se estrenaba.
Ese caciquismo nos ha llevado a una crisis económica actual, mucho más aguda que en el resto de Europa, a un país paralizado industrialmente y a un cine en vías de extinción con nuestras pantallas colonizadas por las multinacionales.
Tata mía (1986) no es una mala película,  pero tampoco es buena. Es lo que podríamos denomina un filme agradable, simpático, que te cae bien pero que no consigue que vibres como hicieron Furtivos o Mi querida señorita. El buen hacer de Borau se impone en un argumento políticamente correcto, poco espectacular, provinciano.
Cabeza de cartel tenemos a dos actores de moda como Alfredo Landa y Carmen Maura, pero quien más no llama la atención es Imperio Argentina, largo tiempo alejada de las pantallas de las que fue reina en los años treinta y cuarenta.
Magdalena Nile del Río, más conocida en el mundo de la canción por su nombre artístico, Imperio Argentina (Buenos Aires, Argentina, 26 de diciembre de 1910 – Benalmádena, Málaga, España, 22 de agosto de 2003), fue toda una leyenda en el triste panorama del cine patrio gracias a sus películas con Florian Rey y, posteriormente, con Benito Perojo.
Actriz, cantante, bailarina fue toda una estrella de magnitud internacional. A sus 76 años regresó a las pantallas tras una larga ausencia con este filme entrañable de Borau, porque eso sí que tiene ese director. No era un genio, sino un cineasta entrañable que te caía bien y eso motiva que esa Tata mía no te aburra y no caigas en el sopor en ningún momento.
Encontramos una reflexión del pasado oculto que se pretende recuperar centrado en la figura de un padre ya fallecido, un militar de carrera que se conoce mal, un hermano mayor facha (Miguel Rellán) y una monja (Carmen Maura) que abandona el convento para vivir su vida que se consumía encerrada en las cuatro paredes del mismo.
Es una reflexión sobre la necesidad de romper con todo, de iniciar una nueva vida aunque sea tarde. Una mirada sobre esa familia que parece una institución diabólica compuesta por seres que sólo ves en los entierros y que se creen que tienen derechos sobre ti, y cuando te descuidas te roban todo el patrimonio familiar hasta la última peseta o el último euro en tiempos presentes.  
Por eso Tata mía da como balance un resultado positivo, moderado pero positivo. Un encuentro de rostros amigos como Alfredo Landa en un papel bastante absurdo, el de un parásito que no sabemos de qué vive y que no da un palo al agua con sus extrañas obsesiones sexuales.
No estamos ante una gran película, repito. Estamos ante una agradable velada poco exigente desde un punto de vista artístico con los tics del cine español de los ochenta. Un cine que parece estar dirigido a agradar a la administración, que es quien repartía el dinero de todos los españoles, y no al público que es quien a fin de cuentas las financia con sus impuestos.  

Salvador Sáinz