CARNE FRESCA (1998)


CARNE FRESCA. Título original: Tender Flesh. Año: 1998. País: España. Director: Jesús Franco. Reparto: Lina Romay (Mrs. Radeck), Analía Ivars (Furia), Monique Parent (Baronesa Irina), Aldo Sambrell (Kallman), Alain Petit (Paul Radeck), Mikail Kronen (Carlos), Amber Newman (Paula), Guión: Jesús Franco. Música: Jesús Franco. Fotografía: Benjamin L. Gordon. Maquilladora: Analia Ivars. Coproducción España-Estados Unidos; One Shot Productions. Duración: 93 minutos. Terror. Comedia. Erótico.


Odiado por muchos y amado por otros, la figura de Jesús Franco es un punto aparte en la historia del cine español. Un cineasta que tuvo la increíble desfachatez de utilizar como papel higiénico la gramática cinematográfica de David Wark Griffith, que ha montado su productora y canales de distribución al margen del sistema, que llegó a desafiar a la nefasta y todopoderosa Pilar Miró, la gran dictadora del cine español, a la que en sus memorias y declaraciones dedicaba adjetivos malsonantes que aquí por educación no reproducimos pero, ¡ojo!, eso no quiere decir que no los compartamos.
Dictadores siempre ha habido en el cine español, y no sólo me refiero al Generalísimo de todas las Españas y a la mentada individua sino a criticuchos iluminados, fracasados varios que se arrogan el derecho de imponer al prójimo sus ideas vacuas propias de elementos descerebrados.
El cine de Franco puede ser considerado anticine porque todo se lo saltaba a la torera, pasaba de complejos y rodaba lo que le salía de las narices ante el pasmo de estudiosos mesiánicos. A veces cae en un gusto lamentable, porque en realidad es el cineasta más trangresor del cine español por no decir mundial. No se detenía ante nada y era capaz de ponerse el mundo por montera cuando le interesaba.

Carne fresca o Tender Flesh es uno de sus más sonados ejemplos. Una película que tiene varias versiones, porque le salía así. En la versión inglesa pasan cosas distintas que en la española, por lo que los comentarios se ceñirán a la versión nacional porque es la que hemos visto con un doblaje de juzgado de guardia.
Unos pijos lamentables se reúnen una isla y es una excusa para ver una serie de escenas eróticas más o menos excitantes, con su gusto peculiar. La trama si la hay es mejor no desvelarla. Claro está que sale nuestra adorada Analia Ivars y la película gana con su presencia que es lo mejor de toda la película. Sólo por ella vale la pena su visión.
En realidad la película en sí es un cachondeo, un reflejo del país que malvivimos que es todo un esperpento. Cada vez que voy al cine a ver una película española nos castigan con un largo desfile de titulares que acreditan docenas de entidades que han colaborado en su financiación. Una cinematografía que se compone de cine invisible que ni siquiera se estrena, que no se distribuye y salvo excepciones nadie ve.
Un cine que en otro tiempo fue próspero, popular y agradable pese a las rabietas de unos críticos endiosados. Un cine que no se supo cuidar y se dejó perder con leyes absurdas, clientelismo y favoritismo. Es en este entorno corrupto que la filmografía de Jess Franco tiene sentido.
De haber rodado en un país con dos dedos de frente su filmografía sería distinta. Aquellas series B como Labios rojos o El caso de las dos bellezas, se perdieron desde la nefasta Ley Miró creada para favorecer el parasitismo de los amiguetes de turno que deseaban conquistar con decretos leyes lo que no podían conseguir mediante la taquilla.
Ante ese entorno tan negativo, es lógico que haya inconformistas y rebeldes que lucharan contra viento y marea para hacer un cine distinto, alejado del que le interesaba al poder y a sus acólitos. Un cine de resistencia ante un entorno hostil. Un catálogo de malas costumbres que irritan y sonrojan, que molestan a quienes nos molestan.
De ahí el valor de ese cineasta tan singular que fue Jesús Franco, sus películas muchas no son buenas ni de lejos pero son las únicas posibles en esta España de pandereta.

Salvador Sáinz