YO SOY LA REVOLUCIÓN (1966)

 

YO SOY LA REVOLUCIÓN. Título original: El Chuncho, ¿quien sabe? Año: 1966. País: Italia. Director: Damiano Damiani. Reparto: Gian Maria Volonté (El Chuncho), Klaus Kinski (El Santo), Martine Beswick (Adelita), Lou Castel (Bill Tate 'El Niño'), Jaime Fernández (General Elías), Andrea Checchi (Don Feliciano), Spartaco Conversi (Cirilo), Joaquín Parra (Pícaro), Aldo Sambrell (Teniente Álvaro Ferreira), José Manuel Martín (Raimundo), Santiago Santos (Guapo), Valentino Macchi (Pepito), Damiano Damiani (periodista), Carla Gravina (Rosario). Guión: Salvatore Laurani, Franco Solinas. Música: Luis Enríquez Bacalov. Fotografía: Antonio Secchi. M. C. M. Duración: 120 minutos. Western. Spaghetti Western. Revolución Mexicana

Da la impresión de que nuestros cineastas cuando abordan la Revolución Mexicana, presentada de forma harto violenta, la presentan como no se atreven a presentar la Guerra Civil española que fue una de las más crueles que ha tenido lugar en nuestro planeta durante el pasado siglo.

Así, este título que nos ocupa, rodado por un cineasta italiano Damiano Damiani, que años después triunfaría con su cine político, con actores y localizaciones españolas, la ya legendaria y añorada Almería, se nos presenta como la imagen de un mundo desquiciado y loco con unos revolucionarios que parecen haberse escapado de un manicomio y unos federales malvados y mezquinos.

Así, El Chuncho (desaforado Gian María Volonté) junto al histriónico Klaus Kinski se dedican al crimen para hacer dinero, aprovechándose de las circunstancias, y convirtiéndose en unos oportunistas obsesionados con enriquecerse a costa de la desgracia ajena. En este panorama aparece un gringo bien trajeado (inexpresivo Lou Castel, actor colombiano afincado en Italia) con misteriosas intenciones.
Como contrapunto tenemos a la jamaica Martine Beswick, en uno de sus raros westerns, como la sensual Adelita que perpleja por los acontecimientos tiene la impresión de que aquella no es su revolución por su falta de nobleza. Por cierto, el maquillaje que le han colocado sobre su bello rostro es exagerado, muy típico de la época en que se presentan a los mexicanos como un pueblo de tez morena y a veces oscura.

En fin, los tópicos de la Revolución Mexicana que se ve con simpatía. Una revolución de mariachis, caudillos borrachos y vocingleros, jarana y jarabe de Jalisco, con zapateados y fuegos de artificio.

En la actualidad este filme de Damiani, muy simpático, eso sí, se ha convertido en una película de culto que entusiasmó al mismísimo Quentin Tarantino.

Yo soy la Revolución está bien narrada, no tiene puntos muertos, y está dirigida con buen pulso por Damiani. La acción jamás desfallece y se ve con cierto agrado pese a su violencia. Rodado en tierras almerienses, en la España franquista que al parecer no le importaba que se rodasen en suelo español revoluciones de otros países cuando estaban prohibidas narrar las nuestras. Un detalle que por lo general siempre se olvida y que convendría ser motivo de reflexión.

La película es un espectáculo de tiros a raudales para divertir a los públicos de la época, las multinacionales gringas no monopolizaban las pantallas internacionales con el descaro de la actual por lo que la revisión que nos ocupa no está exenta de nostalgia por tiempos mejores para nuestra maltrecha y suicida industria cinematográfica.

Salvador Sáinz