EL SIGNO DE LA CRUZ (1932)


El signo de la cruz. Título original: The Sign of the Cross. Año: 1932. País: EE.UU. Dirección: Cecil B. DeMille. Intérpretes: Fredric March, Elissa Landi, Claudette Colbert, Charles Laughton, Ian Keith, Arthur Hohl, Harry Beresford, Tommy Conlon. Argumento: Wilson Barrett (Obra de teatro). Guión: Waldemar Young, Sidney Buchman. Música: Rudolph G. Kopp. Fotografía: Karl Struss. Duración: 122 min. Estreno USA: Nueva York 30 Noviembre 1932. Género: Drama | Histórico | peplum
En 1944 se estrenó una nueva versión con prólogo ambientado en la Segunda Guerra Mundial.

Cada vez que se ha rodado las persecuciones anticristianas en el antiguo Imperio Romano se recurre a la primera, la de Nerón, que de hecho no fue la más dura. Estas fueron las que siguen: Nerón, 64-68; Domiciano, 81-96; Trajano, 109-111; Marco Aurelio, 161-180; Septimio Severo, 202-210; Maximino, 235; Decio, 250-251; Valeriano 256-259; Diocleciano, La gran persecución 303-313.
La última fue terrible, la más larga. Se llamó la Era de los Mártires porque Diocleciano arrasó ciudades enteras y sin embargo no tiene la mala fama que tiene Nerón. Ni siquiera ha sido merecedor de una película pese a que es un personaje mucho más interesante que acabó tan harto de la política que dimitió y se pasó sus últimos tres años cuidando su jardín en Dalmacia.
El incendio de Roma, según los historiadores, fue casual. Una ciudad arcaica con casas viejas de madera carcomida fue enseguida pasto de las llamas. Su caída fue debido a la presión fiscal, a los tributos que la población romana tuvo que soportar asfixiándoles económicamente. Al igual que su tío Calígula, Nerón arruinó las arcas del Estado y evidentemente fue el propio senado quien decidió sacárselo de encima presentándole como una especie de monstruo.
El Nerón que hemos visto en las diversas versiones de Qvo Vadis es siempre teatral, encarnado por un actor histriónico y exagerado como Peter Ustinov que se ganó las plateas con la interpretación de su vida.
Sin embargo el Charles Laughton de El signo de la cruz es mucho más real, más moderado. Ese Nerón es un déspota. Las persecuciones más que reales pertenecen a la idea de espectáculo del realizador Cecil B. DeMille, uno de los más brillantes de todos los tiempos.
Porque la película no es un gran documento histórico, es un espectáculo que en su día escandalizó y molestó a las ligas de decencia (¿) estadounidenses, obsesionadas con imponer su moralista visión de la vida.
Nerón, según algunos historiadores, era un tirano pero no tan sangriento como es representado. La visión de la sangre le aterraba, detestaba las peleas de gladiadores, tenía amantes (unos masculinos, otros femeninos) y amaba la poesía. La persecución contra el cristianismo o contra los judíos, ya que el cristianismo era considerado una secta judía, fue un medio de acallar las masas que le habían culpado del incendio.
En El signo de la cruz vemos un espectáculo con leones, elefantes, gorilas. Los leones, según cuenta el propio director en una autobiografía se hicieron los remolones cuando debían subir las escaleras hacia el circo. Eran tan indolentes que no había forma humana que subieran hasta que el propio DeMille entró en cólera y comenzó a golpearlos con un látigo. Los felinos asustados corrieron escaleras arriba apareciendo en pantalla como unas fieras sedientas de carne humana.
Las escenas del espectáculo donde los romanos aparecen como unos frikkies ávidos de mal gusto y gore son de una realización soberbia. Esos músicos amenizando la función sangrienta y el director muestra apuntes de los espectadores que acuden con sus familias a divertirse con tales desatinos. En una serie llamada Anno Domini,  el público protestó por tanta barbarie. Según historiadores más rigurosos, la matanza de cristianos se realizó con perros y no con esas fieras circenses, y el público no se divirtió, incluso se indignó.
Hay otra parte de la película que, para mí, es mucho más interesante. Son las relaciones personales. Popea (espléndida Claudette Colbert) está enamorada del pretor Marcus Superbus (magnífico Fredric March), pero éste sólo tiene ojos para la cristiana Mercia (exquisita Elissa Landi). Los mejores momentos son al inicio cuando la emperatriz se baña con leche de burra que es muy del agrado de los mininos imperiales. Los esclavos formando una cadena van llenando la gran tinaja con cubos mientras que la emperatriz se baña desnuda delante de sus esclavas.
Cuando la celosa Popea intriga para que su rival cristiana sea llevada a las mazmorras mantiene un genial diálogo con Marcus: “¡Zorra!” le grita éste, “¡Te amo!” responde la despechada emperatriz.
No olvidemos la sensual canción y de la voluptuosa, y algo lésbica, amiga de Marcus en la fiesta en casa de éste mientras que su impúdica melodía es acallada por los austeros cánticos de los cristianos que van  directos al martirio.
Momentos sublimes de una gran belleza y elegancia. Momentos en los que el gran Cecil B. DeMille demuestra que fue ante todo un gran director, un director dotado de una fuerte personalidad, aunque por cuestiones ideológicas muchos historiadores y críticos le hayan negado el pan y la sal.
A pesar de ciertas divergencias históricas, considerando El signo de la cruz como obra de arte, ésta es no impecable, es sublime. Cecil B. DeMille ha sido uno de los mejores directores de toda la Historia del Cine tanto si nos gusta como si no cómo fue personalmente. Un genio del séptimo arte no tiene porque ser una buena persona forzosamente. A veces el talento no va pareja con la ética. Aquí sólo juzgamos al cineasta, no al ser humano porque no es de nuestra competencia hacerlo. Como cineasta es de los mejores, merece un puesto de honor ente el Olimpo de los más geniales junto a John Ford, Akira Kurosawa, Sergei M. Eisenstein, John Ford, Buster Keaton, personalidades muy distintas que sólo tuvieron en común su genialidad.

Salvador Sáinz


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