Terry Gilliam, John Cleese, Michael Palin, Graham Chapman, Eric Idle y Terry Jones compusieron durante los setenta el famoso grupo de humorista Monty Python, innovadores en su momento y considerados clásicos en la actualidad como los herederos directos de los hermanos Marx con toque británico.
Adquirieron su fama en programas de televisión y actuaciones personales, en España eran unos completos desconocidos cuando se estrenó su primera película como grupo (aunque individualmente han colaborado en otras), Los caballeros de la mesa cuadrada y sus locos seguidores, obteniendo un éxito inesperado. La vida de Brian se estrenó en 1979 en versión original con subtítulos en los cines comerciales, algo completamente insólito en nuestro país, y se convirtió en una de las más taquilleras de aquel año, un dato todavía más insólito.
Sus gags se han convertido en clásicos del humor, repetidos hasta la saciedad, aunque en el caso que nos ocupa la película vino precedida de una tormentosa polémica. En Reino Unido sufrieron boicots, prohibiciones en algunas ciudades, la Iglesia anglicana y la católica se pusieron de acuerdo para demonizarlos “los Monty Python son el Diablo” publicaron. En España estamos curados de espantos y ni nos inmutamos. Eran los primeros años de la democracia y todo lo que sonaba a reivindicativo o a transgresor triunfaba de inmediato.
Esta comedia disparatada y absurda está basada en la Palestina y en sus problemas políticos que, en cierto modo, y de forma deliberada recuerdan a los actuales.
No es en ningún modo una película sobre Jesucristo, como se creyó, un tema que hubiera provocado numerosos conflictos entonces y ahora. Trata de la época en que apareció el nazareno en aquellas tierras, ambientadas en Túnez en una perfecta recreación histórica.
En las películas de tema bíblico como pueden ser Los diez mandamientos o Sansón y Dalila, ambas del gran Cecil B DeMille, se retrata un pueblo oprimido, el israelita, por una gran potencia como pueden ser los filisteos o los egipcios. El pueblo se pasa la primera parte de ambas películas soñando en que baje del cielo un libertador que solucione todos su problemas matando filisteos con la quijada de un asno o abriendo las aguas del Mar Rojo.
Es decir la costumbre muy propias de las religiones, sobretodo la judía y la cristiana, de confiar en un ser mágico que les solucione todos sus problemas sin esforzarse en mejorar sus vidas con su propia energía. Por ese motivo, al aparecer el marxismo, tildó a la religión como opio del pueblo, además de alienante.
Porque todo se confía a la providencia, se acepta la realidad tal como es por considerarla natural e inmutable y que el Juez Supremo lo arregle todo por arte de magia.
En La vida de Brian aparece pues un incompetente, un ser desdichado y gris, que por un azar se encuentra mitificado como un mesías redentor al que mucha gente sigue ciegamente sin cuestionar siquiera si es real la naturaleza que se le otorga.
Ahí es donde la Monty Python como actores y guionistas meten el dedo en la llaga. ¿Detalles de mal gusto? Pues algunos. No siempre se acierta. Pero el tema central es incuestionable. ¿Para qué queréis un mesías? ¿Por qué no pensáis por vosotros mismos?
Aunque la acción está ambientada en la Palestina de principios de nuestra era muchos personajes están inspirados en tipos modernos. Por ejemplo los grupos de liberación revolucionarios, todos ellos muy semejantes a los grupos de extrema izquierda o en algunos casos independentistas de aquí, de allá y de acullá que pretenden arreglar los problemas con revoluciones utópicas e inviables y dedican su tiempo a las discusiones más bizantinas e inútiles.
La Monty Python se ríe también del Imperialismo que está en manos de verdaderos zoquetes como ese alelado Poncio Pilatos amigo de un tal Pijus Magníficus cuya esposa se llama Continencia Suma.
Todo queda triturado con un humor ácido, sarcástico e ingenioso. Destaca la perfecta ambientación, así como la utilización del diálogo que rompe con el tono solemne de los filmes bíblicos que siempre se expresan con una jerga ampulosa y pretenciosa hasta caer en el absurdo. La Monty Python convierte la Palestina que vivió Jesucristo en una sociedad cotidiana, con gentes que sólo se preocupan de vivir el día a día, y que son incapaces de tomar las riendas de sus vidas convirtiéndose en seguidores de causas que ni siquiera comprenden. Una sociedad que necesita que todo se lo den masticado por la ley del mínimo esfuerzo. Que ni se plantea en cambiar sus vidas por otras mejores ni se preocupan de poner las cosas en su sitio. Gente que obedece ciegamente a cualquier líder que se les pinga delante y se creen todas sus mentiras sin ponerlas en cuestión.
Un mundo que a lo largo de la historia no ha cambiado tanto como se pretende.  

Salvador Sáinz