Antes que nada para hablar de esta serie hemos de hacer una puntualización. La serie
Fantomas se estrenó dos años que
El nacimiento de una nación (1915) de David W. Griffith, la primera película que mostraba el cine tal como lo conocemos en la actualidad. Griffith inventó el lenguaje cinematográfico con montaje, suspenso, planos, contraplanos.
Las películas de antes de esta fecha eran espectáculos de feria. No tenían ese lenguaje. Por eso la serie
Fantomas, con sus valores, la vemos como una forma de expresión muy arcaica. Todo son planos fijos, apenas hay algún primer plano o plano detalle.
Cada película de Fantomas no se veía como un largometraje sino fraccionada en pequeños episodios que terminaban en el momento más interesante para crear expectación como hicieron sus autores literarios en sus famosos folletines que dejaban en vilo a sus lectores.
Estas series no tienen ritmo cinematográfico, son una sucesión de planos fijos en los que los personajes hablan sin parar y carecen de síntesis.
Pero a pesar de sus condicionamientos coyunturales descubrimos que tiene atmósfera, que tiene encanto. Louis Feuillade es el padre del cine de acción que en la actualidad disfrutamos o padecemos con las películas actuales que nos vienen de Hollywood.
Esta serie por una parte nos resulta algo morosa por su condición de título pre Griffith, con una técnica que en su día ya estaba obsoleta, pero por otra recuperamos el aroma del viejo serial, infantil hasta la médula, ingenuo, pero feliz y agradable. Su visión es entrañable, nos produce una cierta nostalgia por ese cine de barraca de feria que tenía un mundo por conquistar. Un cine que entonces no estaba tan manipulado como en la actualidad. Un cine aún virgen que terminó por convertirse en la fábrica de sueños.
Salvador Sáinz