THE LOVELY BONES (2009)

The Lovely Bones, una oferta especial de Peter Jackson, aquí alejado de su pentalogia sobre Tolkien, sobre ese gran misterio de la humanidad que es el cielo. Es decir el más allá. ¿Existe o es un fraude?
Susie Salmon, una joven adolescente es asesinada por un vecino siniestro (espléndido Stanley Tucci que borda su personaje) cuando estaba ilusionada por acudir a su primera cita, lo que provoca que quede atrapada entre dos mundos hasta que su desaparición y crimen sea resuelto. Descubre que no está sola, otras jóvenes fueron víctimas de tan enfermizo personaje, deambulando en este onírico purgatorio en espera de que la justicia realice su trabajo. Resulta curioso que finalmente sea el destino, o el gran hacedor, ese Gran Cecil B. DeMille de los Cielos, quien ejecute las tareas justicieras mientras que los funcionarios terrenales vivan en la inopia.
A la desafortunada joven, además, le queda otro asunto pendiente, acudir a su primera cita amorosa, e irse al paraíso sin ella es más que frustrante.
Por eso la película navega entre dos aguas, como indica su argumento, el romanticismo y el misterio, muy bien resueltas ambas. Esas imágenes de la adolescente atrapada en tierra de nadie son pura maravilla.
La parte de suspenso es quizá mejor, más brillante. Tal vez porque son mucho más creíbles.  Ese criminal, al que descubrimos desde el principio, que acecha sin que nadie sospeche de su verdadera naturaleza, es inquietante y revulsivo. Los personajes van creciendo con la trama. La niña se convierte en mujer. El matrimonio, padres de la protagonista, experimenta una crisis que finalmente se resuelve y la abuela (genial Susan Sarandon) continúa siendo tan pendón como siempre. Resulta curioso que la persona de más edad de la familia sea la más casquivana de la misma y sin ninguna duda la que atrae más simpatías.
Un Peter Jackson atípico que el tiempo convertirá en clásico, ya se han rodado varias películas sobre ese gran misterio de la humanidad y se seguirán rodando porque es un enigma que probablemente jamás descubramos.

Salvador Sáinz