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                                                                                                    Nació el 16 de febrero de 1936 en la capital del Turia, Valencia, y tras  estudiar Bellas Artes y Decoración, se decidió por matricularse en el Instituto  de Investigaciones Cinematográficas de Madrid, tras lo cual se dedicó a la  publicidad. 
Piquer es una excepción en un país que años atrás daba la espalda al cine  de género. En la primera década del siglo XXI parece que al fin se despierta y  algunos realizadores tratan de ofrecer productos industriales más acabados y  películas más atractivas a los pobres cinéfilos de la Península Ibérica.  
Porque aquí, durante muchas décadas, se ha creído erróneamente que rodar  cine de género es un deshonor. Que sólo podremos rodar cine de autor o político  a la francesa.   
En el caso que nos ocupa es todo lo contrario, un realizador al que le  interesa el cine de género rodado en los estudios madrileños de Almena Films y  que incluso han pasado por producciones norteamericanas en los mismísimos  Estados Unidos. 
Ya en sus principios quiso rodar una versión cinematográfica de las  leyendas de Gustavo Adolfo Bécquer pero el sindicato vertical, de la época  franquista, presidida por Juan Antonio Bardem no le quiso entregar el carné de  director de cine, requisito imprescindible para dirigir una película en este  país. 
Rodó en 1964 dos documentales, uno España violenta pero esta vez si fue la  censura franquista la que se la prohibió. Nos contaba los horrores en la España  republicana en la pasada Guerra Civil,  horrores silenciados en la actualidad porque siempre nos muestran los pecados  de los demás pero nunca los propios. El otro documental se llama Vida y paz. 
                                                                                                     
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                                                                                                              En 1977 rodó y estrenó Viaje al Centro  de la Tierra, con Kenneth Moore, basado en la célebre novela de Julio Verne,  un título diferente en nuestra industria por tratarse de una producción de  distribución internacional con efectos especiales, algo inédito aquí desde los  tiempos de Segundo de Chomón.  
El profesor Lidenbrock (Kenneth More) encuentra en una librería de Hamburgo  un curioso libro escrito por un alquimista años antes que describe un fabuloso  mundo en el centro de la   Tierra. Con su sobrina (Ivonne Sentis) y su prometido (Pep  Munné) decide iniciar el viaje con un guía llamado Hans (Frank Braña)  encontrándose con monstruos y restos de la antigua Atlántida  poblada por científicos clónicos (todos ellos Jack Taylor).  
Entre las virtudes de Piquer, aparte de su capacidad narrativa está la de  utilizar el marketing para lanzar la película, técnica que hasta entonces era  desconocida en el cine español: “Existe  la mentalidad, aquí en España, de que sólo podemos rodar películas con tipos  con boina o cine comprometido. Nos está vedado rodar películas de aventuras, de  terror u otro género, terreno reservado exclusivamente a los cineastas  anglosajones” –declaró Piquer.. 
Por fin teníamos una película de aventuras que se podría comparar  dignamente con las series B norteamericanas sin hacer el ridículo. También lavó  la cara al fantástico español que, salvo excepciones, se distinguía por su  cutrez. Destacaban las secuencias del lago interno, de una especial  luminosidad, la aparición de un gigantesco simio y las setas gigantes. Cuando  los efectos eran demasiado costosos de hacer Piquer sabía camuflarlos mediante  elipsis, o bien obviarlos de forma astuta.  
                                                                                                               
                                                                                                     
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                                                                                                    Un año después, la productora  sacó a  la luz un film mucho más modesto, Escalofríos firmada por Carlos Puerto,  aunque varias secuencias fueron rodadas por Piquer, productor ejecutivo,  responsable del montaje final. De las aventuras vernianas pasamos al satanismo  y al erotismo, un cine más íntimo pero que era resultón. La secuencia central  era un menaje a cuatro en un decorado satanista que dio la vuelta al mundo. La pareja Angel Aranda  y Sandra Alberdi se liaba con José María Guillén y Marian Karr. 
Esa escena, una de las mejores secuencias eróticas filmadas en España, fue  añadida por Juan Piquer al metraje original. Puerto se quejó de que se tergiversara  su obra, naturalmente.  
Sin embargo añorábamos al primer Piquer que conocimos y así en 1979, por fin  nos llegó Supersonic Man dedicada al tema de los superhéroes. En aquella  época apareció el Superman de Richard Donner rodada con toda clase de lujos y  competir con ésta era tarea imposible, Richard Yesteran, actor de carrera  efímera, se puso los leotardos de rigor y se dedicó a volar por los aires  arreando palizas a los bellacos de turno. Además teníamos sabios locos, a  Cameron Mitchell y a José María Caffarell.  
Kronos o Supersonic Man llega con su nave a la Tierra para luchar contra un  científico malvado (Cameron Mitchell) que desea conquistar el mundo, el superhéroe recibe  poderes especiales para acabar con tal pérfido personaje. 
Por vez primera se utilizaba en España el “frontal projection”, eliminado  los bordes azules que aparecían al sobreponer imágenes para dar la impresión  que vuelan (recordemos Chitty Chitty Bang Bang donde era evidente este  defecto) consiguiendo hacer desaparecer al 100% la reflexión mencionada. 
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                                                                      El próximo rodaje fue Misterio en la isla de los monstruos (1980),  inspirada en Escuela de Robinsones,  donde nos encontramos al genial actor  británico Peter Cushing y Terence Stamp con sus aires de divo. Ian Sera y David  Hatton corrían con el mayor peso interpretativo. La gracia de la película  radica en que los monstruos se notan que realmente son de pega. Al final de la  película se descubre que son una tomadura de pelo, un jovenzuelo que desea  vivir un año de aventuras antes de casarse acaba en una isla misteriosa en  donde se encuentra bandidos (actores pagados por su tío) y monstruos que son  criaturas mecánicas encargadas para su engaño y escarmiento. 
Todo es un montaje hasta que aparecen los bandidos de verdad. Hubo un proyecto  de reunir a los protagonistas de las dos anteriores películas vernianas en una  nueva aventura pero no prosperó.  
Con parte del material utilizado en Misterio de la isla de los monstruos, Piquer rodó Los diablos del mar basado en Un capitán de quince años. De  nuevo Ian Sera en un papel similar al anterior. 
Seis muchachos de diferentes países viajan en un barco atacado por los  piratas, abandonados después y recogidos por un ballenero posteriormente  atacado por una ballena que asesina a toda la tripulación.  
El ahijado del capitán se pone al frente del barco y los muchachos de  marineros viéndose mezclados en una aventura en una isla paradisíaca hasta que  empiezan los quebraderos de cabeza. 
Mil gritos tiene la noche (1982) pertenece al cine llamado cine gore.  Este subgénero del terror bebe sus fuentes en Bahía de sangre de Mario Bava  cuyo esquema fue copiado en todos los Viernes 13 que siguieron. Una serie de  personajes que se encuentran en un lugar cerrado y que son sistemáticamente  asesinados, aquí para realizar un puzzle humano. Se estrenó en 97 cines de  Nueva York y recaudó 720.000 dólares de la época, ocupando el quinto lugar en  recaudaciones.  
                                                                       
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                                                                      Las siguientes entregas, Guerra sucia (1984) y Los nuevos  extraterrestres (1984), con un niño que se encuentra a un alienígena con  aspecto de oso hormiguero, (Piquer declaró que con esta película aprendió lo que  no hay que hacer jamás) pasaron desapercibidas y sin embargo Piquer no había  arrojado la toalla en un ambiente tan hostil. 
                                                                                En 1988, Piquer y su equipo se traslada a los mismísimos Estados Unidos  para rodar Slugs, muerte viscosa con unas babosas asesinas. Los efectos  especiales ganaron un Goya que recogieron Basilio Cortijo, Carlo Di Marchis y  Gonzalo Gonzalo. Esta vez los escenarios fueron una comunidad rural  norteamericana en donde unas misteriosas babosas asesinas a quienes se  encuentran con momentos espeluznantes. 
                                                                                Un paso más en el cine gore español  basado en una novela de Shawn Hudson, un  Best-Seller internacional, y producida por Francesca De Laurentiis (hija de  Dino de Laurentiis y Silvana Mangano, quien aparecía brevemente en la secuencia  del restaurante).  
                                                                                Esta vez se crea un verdadero clima de horror, aunque la acción es  diferente en Mil gritos tiene la noche porque se trata de una agresión animal  inexplicable y con unos animales que provocan repugnancia. Destaca la escena de  la pareja cuya acto sexual es interrumpido por el ataque de las pequeñas  babosas.  
                                                                                Un año después se inicia el rodaje de La grieta, la misma productora y el  equipo de efectos especiales que contó esta vez con Colin Arthur, repitiendo  Goya y éxito. 
                                                                                Unos marineros de la OTAN deben averiguar lo sucedido a un batiscafo  perdido en la grieta de Dannekin, en el fondo del mar, cerca de Noruega. Al  llegar a la misma descubren una cueva subterránea repleta de monstruos  provocados por experimentos genéticos. Rodada en los Estudios Verona de Tres Cantos, contaba con Jack Scalia,  actor célebre de telefilms norteamericanos, R. Lee Ermy, Ray Wise y varios  actores españoles como Frank Braña, Emilio Linder y el incomparable Pocholo de  las tertulias televisivas.  
                                                                                En aquella época coincidieron en cartel varias películas de ambiente  submarino, tal vez para contrarrestar la oleada de cine galáctico tan en boga.  El mar es siempre misterioso y extraño, repleto de insospechados peligros. 
                                                                                También con Dister, productora de estos dos últimos títulos, Piquer abordó  el atormentado mundo de Howard Phillips Lovecraft con La mansión de Cthulhu (1991).  Empresa que es insólita no sólo en el cine español sino internacional porque se  trata de un autor complejo y difícil. Frank Finlay. 
                                                                                Sin recurrir a los efectos especiales tan  sofisticados del último cine hollywoodense sino a una concepción verdaderamente  artesanal que le daba un aire clásico, Piquer lucha y sale airoso de la prueba. Una pandilla  de mafiosos se esconde en el hogar de un mago llamado Chandú, que vive con su  hija, ignorando los terribles secretos que esconden sus paredes.  
                                                                                Las últimas películas de este valenciano incansable ahondan en el peor  defecto de nuestra industria, la pésima distribución. Acceder a su visionado en  este país es tarea ardua y compleja.  
                                                                                Tres años después nos encontramos que sólo colaboró en el guión de un film  llamado Nexos 2 43 (1994) del desaparecido José María Forqué, realizador poco habituado a estos  géneros, y finalmente La isla del diablo (1994).  
                                                                                Producido esta vez por una compañía que fundó Primitivo Rodríguez, basado  en una novela de Vincent Mulberry, pertenece al género de aventuras muy en la  línea de sus incursiones vernianas, y finalmente tenemos El escarabajo de oro (1997) basado en Edgar Allan Poe  donde  colaboró en el guión, pero la película está firmada por Vicente J. Martin. 
                                                                                Manoa, la ciudad de oro (1999) es su último título, inspirado en Emilio  Salgari, que como en casos anteriores ha tenido una distribución lamentable.  
                                                                                Quedan colaboraciones en Bracula Condemor II (1997) de Alvaro Sáenz de  Heredia, con Chiquito de la Calzada que entonces estaba de moda, o Arroz y  Tartana (2003) de José Antonio Escrivá, recreación de la Valencia de Vicente  Blasco Ibáñez.  
                                                                                El 7 de enero del 2011 falleció de un cáncer en Valencia, cerrándose así  una carrera brillante pero que se vio condicionada por una industria que le fue  adversa.  
                                                                      Salvador Sáinz 
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